A la vista de todos
La espectacular remontada de Trump
A la vista de todos
Observaciones sobre la elección de Trump
Es cierto que las tendencias populares irracionales exigen algunas veces discreción. Pero aunque puedan ser poderosas, no son fuerzas irresistibles. Contienen sus propias contradicciones. Ceñirse a alguna autoridad absoluta no es necesariamente un signo de fe en la autoridad; puede ser un intento desesperado de superar las dudas crecientes (la tensión convulsa de un asimiento que resbala). Quienes se unen a bandas y a grupos reaccionarios, o caen en cultos religiosos o histeria patriótica, están buscando también un sentido de liberación, conexión, propósito, participación, poder sobre su vida. Como Wilhelm Reich mostró, el fascismo da una expresión particularmente dramática y vigorosa a aquellas aspiraciones básicas, lo que sucede porque con frecuencia tiene un encanto más profundo que las vacilaciones, compromisos e hipocresías del progresismo y el izquierdismo. A la larga la única forma de derrotar a la reacción es presentar expresiones más francas de estas aspiraciones, y oportunidades más auténticas de cumplirlas. Cuando los asuntos básicos son forzados a salir al dominio público, las irracionalidades que florecían bajo la tapa de la represión psicológica tienden a disminuir, como los bacilos de la enfermedad expuestos a la luz del sol y el aire fresco. El placer de la revolución
La campaña de Donald Trump ha sacado a la luz algunos aspectos muy sucios de la sociedad estadounidense. No son de buen ver, pero probablemente sea mejor que estén ahí fuera donde todos podamos verlos y nadie pueda negarlos. También ha revelado algunas quejas genuinas que habían sido ignoradas y es bueno que estas, también se hayan aireado.
Los inconvenientes de la victoria de Trump son numerosos y demasiado obvios. Pero me gustaría señalar algunas posibles ventajas.
En Beyond Voting (Más allá del voto) destaqué que la campaña de Trump estaba acelerando la autodestrucción del Partido Republicano. Supuse que probablemente perdería y que entonces se desataría una amarga guerra civil sobre quién tenía la culpa, lo que les dificultaría mantenerse unidos y considerarlo como una casualidad puntual. Pero creo que su victoria será aún todavía peor para los republicanos.
Esto puede parecer algo extraño, teniendo en cuenta que los republicanos poseen ahora la Presidencia así como las dos cámaras del Congreso. Pero creo que va a ser como el conocido dicho del perro persiguiendo a un coche: ¿qué sucede si el perro realmente alcanza al coche?
Cuando el poder se reparte entre una Presidencia Demócrata y un Congreso Republicano, cada parte puede culpar a la otra de la falta de logros positivos. Pero ahora que los republicanos tienen el monopolio, no cabrán más excusas.
Imagínate que eres un político republicano. Has sido reelegido. Hasta aquí todo bien. Pero las personas que te votaron, tus colegas y tu nuevo líder lo hicieron con la idea de que iban a lograr algunas mejoras espectaculares en sus vidas. ¿Qué sucederá cuando realmente tengas que cumplir algunas de las cosas que prometiste?
Durante los últimos seis años has dado tu voto en decenas de votaciones sin sentido para revocar el Obamacare (la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible del gobierno de Obama), diciendo que querías reemplazarlo por algún plan mejor de los Republicanos. Ahora es el momento de la verdad. Si no lo derogas, tendrás a millones de personas gritando por tu traición. Si lo derogas ¿dónde está ese maravilloso plan al que de alguna manera sabías que nunca iba a llegar? Ese plan es, por supuesto, inexistente, no es más que la habitual y simple retórica de los mercados libres que conduce a precios más bajos. ¿Crees que los 22 millones de personas recién aseguradas, muchas de las cuales votaron por ti, estarán encantadas de ser privadas de su seguro Obamacare para encontrarse de nuevo en su situación anterior? Es muy impopular (y también muy complicado) deshacer los beneficios que la gente ya está acostumbrada a tener.
Por otra parte, ten en cuenta que el Obamacare es esencialmente un plan republicano (Romneycare), ligeramente modificado por Obama un tímido conjunto de parches, para responder a la grave crisis de la salud en Estados Unidos. Un programa tan torpe es comprensible que no sea muy popular. Por el contrario, los programas sociales más populares en Estados Unidos, y que llevan siéndolo durante décadas, son el Seguro Social y el Medicare (que Paul Ryan quiere ahora desmantelar). Como señaló Eisenhower: Si algún partido político intentara abolir la seguridad social, el seguro de desempleo, eliminar las leyes laborales y los programas agrícolas, no volverías a oír hablar más de ese partido en nuestra historia política. Hay un pequeño grupo disidente, por supuesto, que cree que puede hacer estas cosas. Entre ellos están algunos millonarios del petróleo de Texas, algún político o algún hombre de negocios. Su número es insignificante y son estúpidos. Ahora, al parecer su número ya no es tan insignificante en tu partido. ¿Estás listo para tirarte al precipicio con ellos?
Algunas de sus bases siguen siendo vehementemente contrarias al aborto y al matrimonio gay, pero la mayor parte del país no lo es. ¿Vas a tratar de deshacer los derechos reproductivos o la igualdad de matrimonio en todo el país? Si no, ¿vas a volver al caos de dejarlo para los Estados?
Y si hablamos de pesadillas logísticas, ¿qué hay de tu famoso muro mexicano? ¿Vas a comprometerte realmente con un proyecto tan absurdo, que no logrará nada y costará cientos de miles de millones de dólares? Y por cierto, después de haber dado a los ricos muchas más exenciones fiscales y canalizar gran parte del resto del presupuesto hacia el ya hinchado Pentágono, ¿de dónde saldrán los fondos para esos proyectos?
Lo mismo ocurre con las mejoras en infraestructuras que Trump ha prometido. Esta es una de sus pocas propuestas sensatas: aceleraría la economía y crearía millones de puestos de trabajo, lo que a su vez generaría más ingresos fiscales. Pero conseguir que se ponga en marcha, requerirá financiación del déficit, lo que va totalmente en contra de las políticas de austeridad que han sido predicadas como un evangelio por su partido durante décadas. ¿Reactivar la economía u ortodoxia partidista? ¿Por cuál de las dos opciones estás?
El racismo ha sido uno de los fundamentos clave de su partido desde que Nixon inauguró la Estrategia del Sur hace cincuenta años, pero por lo general ha sido discreta y negada. Ahora esa conexión es de dominio público. Muchos de los partidarios más fervientes de Trump ya están celebrando su victoria acosando a gente de color en su nombre. ¿Cómo vas a desmarcarte de esto?
Tu partido ya se encaminaba hacia una guerra civil entre sus componentes mutuamente contradictorios (élite financiera, tea party, neoconservadores, libertarios, reaccionarios religiosos y los pocos moderados que quedan). A esas divisiones se añaden ahora los antagonismos entre el nuevo líder y los que se oponen a él. Bush al menos tuvo el suficiente sentido común para saber que era un testaferro incompetente, y de buen grado dejó que Cheney y Rove dirigieran las cosas. Trump se cree un genio, y cualquiera que no esté de acuerdo, será añadido a su ya muy larga lista de enemigos.
También es muy imprevisible, y por esto al principio el establishment republicano le temía. Ha propuesto cosas como los límites del mandato del Congreso que los políticos republicanos no quieren en absoluto, mientras que por otro lado ahora está considerando no revocar el Obamacare, tal vez porque se ha dado cuenta de lo compleja y arriesgada que podría ser tal decisión. ¿Quién sabe en qué otras cosas avanzará o retrocederá?
Además, todo este espectáculo es de dominio público. La suavidad de Obama le permitió escapar a la responsabilidad de los crímenes de guerra, de las deportaciones masivas y todo tipo de compromisos corporativos (ni un solo banquero criminal procesado) con poca gente prestando atención a estos hechos y menos aun protestando. Esto no le sucederá al Presidente Ubú y a su administración de “cochecito de payasos” (Clown Car). El mundo entero estará observando y cada detalle será examinado y debatido. Aparecerá tan feo como lo es en realidad, y te asociarán a él para siempre. Ya no estás en el Partido Republicano, estás en el Partido de Trump. Tú lo compraste, tú lo tienes.
Si yo fuera este imaginario político republicano, no me sentiría muy seguro respecto al futuro de mi partido.
Mientras tanto, el Partido Demócrata se enfrenta a su propio ajuste de cuentas.
Los apologistas demócratas están tratando de darle las culpas a uno u otro factor en concreto: el colegio electoral, la supresión de los votantes, las campañas de terceros, el anuncio de Comey, etc. Pero estas elecciones no deberían haber sido tan ajustadas como para que alguno de esos factores tuviera importancia. Los demócratas se enfrentaban al candidato más insólito en la historia de Estados Unidos. Podía haber sido una victoria por goleada.
Con Bernie Sanders probablemente lo hubiera sido. (Una encuesta nacional postelectoral lo muestra ganando a Trump 56-44.) Era el candidato más popular en el país, mientras que el índice de aprobación de Hillary Clinton era casi tan negativo como el de Trump. Las encuestas mostraron constantemente a Bernie derrotando a Trump y a todos los demás candidatos republicanos por amplios márgenes, mientras que Hillary tenía resultados apretados contra todos e incluso perdiendo con algunos de ellos. Por otra parte, la popularidad de Bernie recortó las líneas divisorias entre los partidos, apelando no sólo a los demócratas, sino a independientes e incluso a un gran número de republicanos. Mientras Hillary cortejaba a los donantes de Wall Street y a las celebridades, Bernie estaba atrayendo a multitudes que eran diez veces más numerosas que las que ella manejaba, incluyendo a miles de jóvenes entusiastas que habrían viajado por todo el país para trabajar por él (como lo hicieron en menor medida para Obama en el 2008). Mientras Hillary estaba constantemente a la defensiva, Bernie habría tomado la ofensiva y habría dado el impulso en una dirección progresista por todo el país. Habría ganado fácilmente los tres estados de Rust Belt (Cinturón Industrial) que le costaron a Hillary la elección, probablemente también habría ganado algunos de los otros estados bisagra que perdió y hubiera sacado provecho dándole la vuelta al voto adicional en las urnas para recuperar el Senado y tal vez incluso poner el Congreso en juego.
Pero el establishment del Partido Demócrata prefirió arriesgarse a perder con un candidato leal a la maquinaria en lugar de arriesgarse a ganar con un radical independiente, cuyo movimiento podría haber desafiado sus cómodas posiciones. A pesar del hecho de que Hillary tenía un montón de antecedentes (alguno realmente malo y muchos que fácilmente podrían aparecer como tales), además de ser la perfecta encarnación de la superficial y autocomplaciente elite y defensora a largo plazo de las políticas neoliberales que habían asolado el país (especialmente en el Cinturón Industrial), sacaron toda la parafernalia para imponerla como inevitable, mientras despedían a Sanders, presuntamente, por “poco realista”.
En realidad, las soluciones supuestamente poco realistas que Sanders proponía eran apoyadas por la gran mayoría de la población. Hillary adoptó bajo presión y tardíamente versiones descafeinadas de algunas de estas propuestas, pero poca gente creyó que fuera lo suficientemente sincera como para luchar por ellas como lo habría hecho Sanders. Su campaña mayoritariamente era como lo de siempre: ¡Defiende el statu quo! ¡Tienes que votar por mí, porque mi oponente es aún peor!
No funcionó. Las entrevistas con los votantes de Trump revelan que aunque muchos de ellos eran realmente racistas, otros muchos no lo eran (gran parte de ellos había votado previamente a Obama). Pero estaban enfurecidos con el establishment político nacional, que los había abandonado y querían que alguien lo sacudiera y lo limpiara. Bernie habló a esos sentimientos, Hillary no lo hizo. Debido a que Bernie no estaba en la votación electoral, decidieron enviar un gran mensaje de que te jodan votando por el otro supuesto outsider, que al menos afirmó que haría eso. Otros muchos no fueron tan lejos, pero enviaron un mensaje similar al quedarse en casa. Otros, por supuesto, votaron por Hillary, incluyendo a la mayoría de los partidarios de Bernie; pero sin entusiasmo.
El establishment del Partido Demócrata es el responsable final de este miserable resultado. Millones de personas lo saben y ahora están tratando de averiguar qué hacer al respecto: cómo romper la maquinaria del partido, cómo separar al partido de su dependencia corporativa y transformarlo para que pueda ayudarnos ante los desafíos a los que nos enfrentamos. Les deseo lo mejor, pero no será fácil deshacerse de una burocracia tan atrincherada y corrupta, sobre todo porque muchos elementos de esa burocracia se van a presentar ahora como héroes que resisten al gobierno de Trump. Será difícil para este partido conservar un mínimo de credibilidad si no se une al menos a un programa progresista de tipo Sanders. Ese tipo de programa está lejos de ser una solución suficiente a las crisis globales a las que nos enfrentamos, pero al menos podría afirmar que es un paso en la dirección correcta. Cualquier cosa menor será una farsa.
Mientras tanto, con el monopolio del control de los republicanos sobre el gobierno, incluso aquellos que normalmente se centran en la política electoral deben darse cuenta de que durante algún tiempo, la principal lucha estará fuera de los partidos y fuera del gobierno. Serán acciones participativas de base o nada.
Durante las próximas semanas y meses se desarrollarán nuevos movimientos de protesta y resistencia respondiendo a esta estrafalaria y aún muy impredecible nueva situación. En este punto es difícil predecir qué formas tomarán tales movimientos, excepto notar que casi todos parecen reconocer que nuestra prioridad número uno será defender a los negros, latinos, musulmanes, LGBT y otros más directamente amenazados por el nuevo régimen.
Pero también tendremos que defendernos a nosotros mismos. El primer paso para resistir a este régimen es evitar dejarse atrapar demasiado por él siguiendo obsesivamente las últimas noticias sobre él y reaccionando impulsivamente ante cada nuevo ultraje. Este tipo de consumo compulsivo de los medios fue una parte de lo que inicialmente nos llevó a esta situación. Tratemos este espectáculo de payasos con el desprecio que merece y no olvidemos las cosas fundamentales que todavía cuentan: elegir nuestras batallas, pero también continuar alimentando las relaciones personales y las actividades creativas que hacen que la vida valga la pena. De lo contrario, ¿qué defenderemos?
En última instancia, tan pronto como nos recuperemos del shock, tendremos que volver a la ofensiva. Ya teníamos que enfrentarnos a severas crisis globales durante las próximas décadas. Tal vez este desastre nos sacudirá para unirnos y abordar estas crisis más pronto y más sinceramente de lo que lo haríamos de otra manera, con menos ilusiones sobre la capacidad del sistema existente para salvarnos.
BUREAU OF PUBLIC SECRETS
16 de noviembre, 2016
La espectacular remontada de Trump
La segunda elección de Trump fue sorprendentemente similar a la primera.
Cuando reviso el artículo anterior que escribí hace ocho años, me parece
que prácticamente todo lo que dije allí sigue siendo válido.
El Partido Demócrata no pareció aprender nada de su primera derrota ante Trump. Consiguió derrotarle por los pelos en 2020 (una tarea no demasiado difícil, teniendo en cuenta que el país estaba sumido en el caos económico y que cientos de miles de personas habían muerto innecesariamente debido a la despistada falta de respuesta de Trump a la crisis de Covid) y oímos hablar mucho de cómo Biden era “el presidente más progresista desde Franklin Roosevelt.” Pero los programas de Biden que se alababan eran una mezcolanza de retoques que pocos votantes conocían.
Algo que habría llamado la atención de todo el mundo habría sido el aumento del salario mínimo, pendiente desde hace tiempo. Este aumento cuenta con el apoyo de amplias mayorías en todo el país, incluso en los estados republicanos. Pero los demócratas no sólo no aprobaron esa subida, sino que ni siquiera la sometieron a votación (lo que habría obligado a los políticos republicanos a enfrentarse a la ira de sus electores si constaba que habían votado en contra). Una medida tan simple y obvia habría desagradado a los donantes ricos de los demócratas, por lo que se consideró “poco realista” y se descartó el primer día del gobierno de Biden.
Es sólo un ejemplo. Podrían decirse cosas similares de muchas otras cuestiones que los demócratas no abordaron, o abordaron de forma inepta. Como dijo Bernie Sanders:
No debería sorprendernos que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora le ha abandonado a él. . . . ¿Aprenderán los grandes intereses económicos y los asesores bien pagados que controlan el Partido Demócrata alguna lección real de esta desastrosa campaña? ¿Comprenderán el dolor y la alienación política que decenas de millones de estadounidenses están experimentando? ¿Tendrán alguna idea de cómo podemos enfrentarnos a la cada vez más poderosa Oligarquía, que tiene tanto poder económico? Probablemente no.
El único nuevo factor significativo, el genocidio en curso en Gaza, puede o no haber tenido un efecto decisivo en los resultados electorales, pero definitivamente tuvo un efecto amortiguador en la moral de la campaña. Es difícil entusiasmarse de todo corazón cuando tu propio partido ni siquiera pide un alto el fuego, y mucho menos cuando sigue canalizando activamente miles de millones de dólares en armamento adicional para un gobierno que asesina a sangre fría a decenas de miles de civiles y destruye los hogares y las infraestructuras de otros dos millones.
Se han evocado muchos otros factores para explicar la derrota: la misoginia generalizada que hace que a la gente le resulte más difícil imaginar a una mujer presidenta (especialmente a una mujer negra); el hecho de que, debido a la inflación post-Covid, fuera un año muy contrario a los candidatos titulares en las elecciones de todo el mundo; el hecho de que el patético ministro de justicia de Biden, Merrick Garland, esperara casi dos años antes de nombrar un consejo especial para investigar la complicidad de Trump en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021; el hecho de que el hombre más rico del mundo gastara 44.000 millones de dólares en comprar la plataforma de debate político más extensa del mundo y la remodelara para favorecer a Trump; el hecho de que muchas personas parecen estar psicológicamente predispuestas a unirse a líderes autoritarios (fenómeno que Wilhelm Reich examinó en La psicología de masas del fascismo). Otros han señalado diversos fallos en la campaña demócrata, y ciertamente hubo muchos. Sin entrar en detalles, puede decirse que la campaña de Kamala Harris, al igual que la de Hillary Clinton hace ocho años, se limitó en su mayor parte a lo de siempre: “¡Defiende el statu quo! ¡Tienes que votarme porque mi oponente es aún peor!”
Por encima de todo eso, ha habido un comprensible asombro de que tanta gente pudiera siquiera soñar con votar a una persona tan repugnante y despreciable, independientemente de lo decepcionada que pudiera estar con los demócratas.
Me parece que la razón principal es bastante simple y obvia. Fox News y otros medios de comunicación financiados por multimillonarios llevan décadas produciendo propaganda reaccionaria 24 horas al día, 7 días a la semana, sin apenas competencia. No es de extrañar que millones de personas hayan sido condicionadas a odiar a los liberales y las ideas liberales, por no hablar de las radicales. Como descubrieron los nazis, si sigues repitiendo las mismas mentiras una y otra vez, machacando los mismos mensajes en las cabezas de la gente día tras día, una parte significativa de ella acabará creyéndoselos -- especialmente si esos mensajes atienden a sus frustraciones y resentimientos, como que algún chivo expiatorio seleccionado es la causa de todos sus problemas y que algún magnífico líder se ocupará de todo por ella.
Más concretamente, no es tanto que la gente crea necesariamente todas esas mentiras, sino que la repetición constante acaba borrando cualquier sentido crítico, cualquier sentido de la realidad objetiva que pueda contradecir su mentalidad condicionada. Ni siquiera tienen que ser siempre las mismas mentiras; puede ser más eficaz saturar al público con mentiras siempre cambiantes. De lo que se trata es de suscitar turbulencias constantes, ansiedad, miedo, indignación, sin ideología ni programa fijos, para que el Líder se convierta en el único punto de referencia “fiable” para sus seguidores. Trump es un mentiroso tan patológico que suele engañar incluso cuando no hay motivo para ello. Registró más de 30.000 mentiras documentadas durante su primera administración, y no ha bajado el ritmo desde entonces. Sin embargo, cuando se señalan sus mentiras, la mayoría de sus partidarios simplemente las ignoran o se encogen de hombros calificándolas de “fake news”. Intentar responder racionalmente a este tipo de irracionalidad masiva es en sí mismo irracional. Trump no es muy listo, pero ha conseguido aprender una lección clave de uno de sus principales modelos: “Poco importa que nuestros adversarios se burlen de nosotros o nos insulten, que nos representen como payasos o criminales; lo esencial es que hablen de nosotros, que se preocupen por nosotros” (Hitler).
Este estilo tosco y anticuado de bombardeo propagandístico sigue funcionando, pero ahora es algo así como una excepción. A medida que la sociedad moderna se ha ido “espectacularizando”, las formas de condicionamiento se han vuelto más complejas, más sutiles y más omnipresentes:
La dominación espectacular ha conseguido criar a toda una generación amoldada a sus leyes. . . . El espectáculo se asegura de que la gente no sea consciente de lo que está ocurriendo o, al menos, de que olvide rápidamente aquello de lo que haya podido ser consciente. . . . El flujo de imágenes se lo lleva todo por delante, y siempre es otro el que controla este resumen simplificado del mundo perceptible, el que decide adónde conducirá el flujo, el que programa el ritmo de lo que se muestra en una serie interminable de sorpresas arbitrarias que no deja tiempo para la reflexión, aislando lo que se presenta de su contexto, su pasado, sus intenciones y sus consecuencias. (Guy Debord, Comentarios sobre la sociedad del espectáculo)
En la era digital, esta evolución se ha hecho cada vez más evidente, pero suele entenderse sólo superficialmente, como si por alguna oscura razón la gente simplemente se hubiera vuelto cada vez más adicta a los medios de comunicación. El “espectáculo”, tal y como Debord utiliza el término, no es sólo una cuestión de imágenes en la televisión o en los ordenadores; es una forma de entender el sistema social en el que nos encontramos:
El espectáculo no es una colección de imágenes; es una relación social entre personas que está mediada por imágenes. . . . El espectáculo se presenta como una vasta realidad inaccesible que nunca puede ser cuestionada. La aceptación pasiva que exige ya viene impuesta de hecho por su monopolio de las apariencias, su manera de aparecer sin permitir réplica alguna. . . . El espectáculo es capaz de someter a los seres humanos a sí mismo porque la economía ya los ha subyugado totalmente. No es otra cosa que la economía desarrollándose para sí misma. . . . El espectáculo es la etapa en la que la mercancía ha conseguido ocupar totalmente la vida social. La mercantilización no es sólo visible, ya no vemos otra cosa; el mundo que vemos es el mundo de la mercancía. (La sociedad del espectáculo)
No son solo los votantes de Trump; todos vivimos en este mismo mundo mercantilizado y espectacularizado. Un mundo en el que todo se ha reducido a dólares y céntimos; en el que estamos alienados de nuestras actividades, de nuestro entorno y de los demás; en el que la vida real se sustituye por fantasías e ilusiones producidas en masa; en el que se publicitan divisiones falsas y se disfrazan divisiones reales.
Como señaló vivamente el movimiento Occupy, la verdadera división en esta sociedad no es entre demócratas y republicanos, o liberales y conservadores, sino entre el 1% que realmente posee y controla prácticamente todo y el otro 99% de la población. (Es sólo un eslogan práctico: las cifras reales son más bien como 0,01% y 99,99%. Hay un dos o tres por ciento adicional que posee una riqueza considerable y se las arregla para vivir en el pseudolujo, pero está lejos de ejercer ningún poder serio sobre el sistema en su conjunto.) Una minoría tan pequeña se vería inmediatamente desbordada si no hubiera conseguido embaucar a una gran parte de la población para que se identificara con ella, o al menos para que diera por sentado su sistema; y sobre todo para que se dejara manipular y culpara de sus problemas a los demás en lugar de mirar al sistema en su conjunto. En Estados Unidos, esta pequeña minoría es propietaria de los dos principales partidos políticos y de la mayoría de los medios de comunicación y, por tanto, puede determinar qué opciones políticas se presentan a las masas y cuáles no. Por supuesto, hay cierto margen de maniobra. La gente puede proponer ideas alternativas, pero esas ideas se tachan de “poco realistas” y se ignoran en gran medida. Los dos partidos pueden presentar políticas significativamente diferentes, pero nunca nada que desafíe la configuración básica. Lo esencial es preservar el sistema económico existente, en el que la inmensa mayoría de la gente está atrapada en una interminable lucha por la supervivencia, trabajando para pagar las mercancías que necesita o que ha sido condicionada a desear, mientras mantiene la ilusión de que sus votos manipulados a unos pocos representantes seleccionados cada pocos años equivalen a “democracia”.
El último resultado de este espectáculo pseudodemocrático es que, tras más de un año de incesante cotorreo de campaña, que ha costado miles de millones de dólares y monopolizado la atención de la gente en todo el mundo, 77 millones de personas de un país supuestamente moderno y alfabetizado han optado por reelegir a un hombrecillo enfermo y desesperado que ya ha sido condenado por múltiples delitos graves y acusado de muchos más (incluso por traición); un hombre despiadado que ha amenazado abiertamente con vengarse de prácticamente todo aquel que no esté totalmente de su parte; un hombre vanidoso que se ha rodeado de aduladores aún menos capaces de contenerle que los de su anterior administración; un hombre con tales delirios de grandeza que nunca admite un error, con una notable excepción: ha dicho que durante su primer mandato cometió el error de ser demasiado amable.
Como dije hace ocho años (dirigiéndome a un político republicano imaginario):
Vuestro partido ya se encaminaba hacia una guerra civil entre sus componentes mutuamente contradictorios (élite financiera, tea party, neoconservadores, libertarios capitalistas [partidistas del libertarismo capitalista], reaccionarios religiosos y los pocos moderados que quedan). A esas divisiones generales se añaden ahora los antagonismos entre el nuevo Líder y los que se oponen a él. Bush al menos tuvo el suficiente sentido común para saber que era un testaferro incompetente, y de buen grado dejó que Cheney y Rove dirigieran las cosas. Trump se cree un genio, y cualquiera que no esté de acuerdo será añadido a su ya muy larga lista de enemigos. . . . Y todo este espectáculo es tan público. La personalidad suave y genial de Obama le permitió salirse con la suya con crímenes de guerra, deportaciones masivas y todo tipo de compromisos corporativos (ni un solo banquero criminal procesado) con poca gente prestando atención y menos aún protestando. Este no será el caso con el Presidente Ubú y su administración del Coche de Payasos. El mundo entero estará observando, y cada detalle será escudriñado y debatido. Va a parecer tan feo como lo es en realidad, y usted va a quedar para siempre empañado por la asociación. Ya no está en el Partido Republicano, está en el Partido Trump. Lo ha comprado, le pertenece.
No debemos olvidar lo inepta y llena de contradicciones que es toda esta farsa. Apenas tres semanas después de las elecciones, algunos de los multimillonarios que financiaron a Trump ya han expresado fuertes objeciones a sus políticas erráticas que podrían hacer tambalear el barco económicamente, y los nombramientos propuestos por su gabinete son tan ridículamente idiotas que incluso algunos congresistas republicanos se han quedado perplejos. Cada vez va a ser más difícil distinguir las últimas noticias de el programa satírico de televisión “Saturday Night Live”.
Al mismo tiempo, debemos tener en cuenta que algunas de estas payasadas pueden ser intencionadas. Sus nominaciones más escandalosas pueden funcionar como pararrayos que canalicen la ira y la atención, haciendo que los nominados de reemplazo parezcan más normales y aceptables.
Si hay algo consolador en esta situación, es darse cuenta de cuántos de nosotros estamos juntos en esto. A pesar de esta enorme mancha republicana en el mapa electoral nacional, el voto total fue prácticamente un empate; es sólo el colegio electoral y la sobreconcentración de votos liberales en las grandes ciudades lo que hace que el resultado geográfico parezca tan abrumador. 49% a 48% no es una “victoria aplastante” ni un “mandato”; ni siquiera es una mayoría. Hay más ciudadanos en contra de Trump que a favor, aunque muchos de ellos no hayan votado (o se les haya impedido votar, o lo hayan hecho pero no se haya contabilizado su papeleta). E incluso los que votaron por él no están todos de acuerdo con todas sus políticas (varios estados republicanos aprobaron simultáneamente aumentos del salario mínimo y leyes de acceso al aborto).
Algunos de los estados democráticos ya están intentando “blindarse contra Trump”, implementando medidas legales para proteger a los inmigrantes, el acceso al aborto, políticas medioambientales, etc. Tarde o temprano entrarán en conflicto legal con el Gobierno nacional. Los políticos demócratas tenderán naturalmente a rehuir cualquier ilegalidad manifiesta, pero puede que se vean obligados a ello por la presión popular. Ya tenemos ciudades santuario; ¿tendremos estados santuario? California, Nueva York y los demás estados democráticos representan la mitad de la economía nacional, y sus impuestos llevan mucho tiempo subvencionando a los estados republicanos del resto del país. Será interesante ver cómo se desarrolla esta lucha de poder político-económico si llega a producirse. Lo más probable es que los políticos vacilen y la gente se haga cargo de proyectos que los gobiernos estatales no quieren -- quizá la creación de redes clandestinas para proteger a los inmigrantes, por ejemplo.
Hay tantas posibilidades que no tengo ni idea de adónde conducirá esta situación, y dudo que nadie más la tenga. Millones de personas han compartido todo tipo de respuestas a la conmoción, debatiendo sobre lo que salió mal y ofreciendo sugerencias sobre la mejor manera de responder, política o personalmente. Me ha impresionado y animado lo reflexivas y pertinentes que son muchas de ellas. Algunas pueden ser bastante ingenuas, otras pueden contradecirse, pero eso no me preocupa demasiado. Hay espacio para todo tipo de proyectos, grandes o pequeños, y todo tipo de tácticas, moderadas o radicales. La gente descubrirá qué cosas funcionan y cuáles no.
Creo que mis tres últimos párrafos siguen siendo pertinentes:
Durante las próximas semanas y meses se desarrollarán nuevos movimientos
de protesta y resistencia respondiendo a esta extraña y todavía muy
impredecible nueva situación. En este punto es difícil predecir qué
formas tomarán tales movimientos, excepto notar que casi todos parecen
reconocer que nuestra prioridad número uno será defender a los negros,
latinos, musulmanes, LGBTQ y otros más directamente amenazados por el
nuevo régimen.
Pero también tendremos que defendernos a nosotros mismos. El
primer paso para resistir a este régimen es evitar dejarse atrapar
demasiado por él — siguiendo obsesivamente las últimas noticias sobre él
y reaccionando impulsivamente ante cada nuevo atropello. Este tipo de
consumo compulsivo de los medios de comunicación fue parte de lo que
condujo a esta situación en primer lugar. Tratemos este espectáculo de
payasos con el desprecio que se merece y no olvidemos las cosas que
siguen siendo fundamentales: elegir nuestras batallas, pero también
seguir alimentando las relaciones personales y las actividades creativas
que hacen que la vida valga la pena. De lo contrario, ¿qué estaremos
defendiendo?
En última instancia, tan pronto como nos recuperemos del
shock,
tendremos que volver a la ofensiva. Ya íbamos a tener que hacer frente a
graves crisis mundiales durante las próximas décadas. Tal vez este
desastre nos sacudirá para unirnos y abordar estas crisis más pronto y
con más entereza de lo que lo habríamos hecho de otra manera, y con
menos ilusiones sobre la capacidad del sistema existente para salvarnos.
La gran diferencia es que ahora han pasado ocho años. A la humanidad se le acaba el tiempo, y el genio al mando durante los próximos cuatro años piensa que el cambio climático es un engaño. Como dice Greta Thunberg: “Nuestra civilización está siendo sacrificada por la oportunidad de un número muy pequeño de personas de seguir ganando enormes cantidades de dinero”. Pero, ¿cómo vamos a detenerlas si seguimos aceptando la inevitabilidad de un sistema económico que, para empezar, ha hecho posible un desequilibrio de poder tan demencial?
KEN KNABB
26 de noviembre, 2024
Versión española de Out in the Open: Remarks on the Trump Election (2016; traducción de Victor Ferre) y de Trumps Spectacular Comeback (2024; traducción de DeepL.com, corregida por Ken Knabb y Eduard Barcelón).
No copyright.